– LA PASIÓN –
DESCRIPCIÓN
“Yo soy el Individuo.
Primero viví en una roca
(Allí grabé algunas figuras).
Luego busqué un lugar más apropiado.”
– Nicanor Parra –
Cuando desciendo sobre este mundo, mi mundo, las conexiones de nuestras realidades intrínsecas luchan en un cuadrilátero. Se confrontan. De ahí surge la identidad propia que es, en parte, la de masas en la que el individuo se mueve incesante hasta que alcanza la modalidad de ser algo: una marca en la vara del tiempo de la “cultura” mexicana.
En las raíces de nuestro dogma, el sitio donde se echan los trapos que nos envuelven, telas que nos añaden una tilde de “originalidad” a esas máscaras que solemos regalar en las batallas diarias, se entreteje un portal que nos conecta, sin quererlo, con los otros: el tendedero. Éste sobrevivió y hoy es un pasaje a un pasado que se empalma con los presentes de los que caminan del punto A al punto B: buscando en sus pasos un sentido al caos de su existencia.
En el tendedero se escurren las gotas de la fragilidad humana; su moralidad se aferra a los hilos que se tensan para soportar la pesadumbre del estigma de un pantalón de mezclilla. En sus cuerdas las mercancías no tienen distingos. El sol achicharra por igual una camiseta con el bordado de un cocodrilo verde por la que pagaste más de 1,500 pesos o quema los calzones chinos color rosa que compraste a tu hija de dos años en un “todo a un precio” cercano a tu casa. En donde se ubique, las reglas las empuja la naturaleza. El viento orea las prendas, a su tiempo, a su ritmo; mientras el hombre abraza la esperanza y sienta su regordete culo frente a un televisor que aún no paga.
La tradición de la madre que gritonea al chamaco con un cesto atiborrado de las trusas destrozadas por los poderosos gases nocturnos de su marido que, de nuevo, huelen a fresco. Adquieren un aroma a imitación a lavanda o campiña francesa en alguna azotea del Distrito Federal o en un espacio plagado de llanura seca de Baja California Sur, no sería posible sin el tendedor.
La civilización no sería lo mismo sin este artilugio de la ingeniería humana. Todo sea por la pureza de un ser incongruente. Todo sea por vivir en sociedad; cuando tu efímera existencia acabe, un puñado de desconocidos fisgonee tu ataúd y reconozca que el esfuerzo diario, en realidad, importa un carajo.
— Carlos Ibarra Meza —